El Reino de España lleva ya unos cuantos días haciendo el ridículo entre muchos sectores de la población española y en la prensa internacional. Por alguna extraña razón que no logro a entender, esto no se ha visto reflejado en gran medida en la prensa nacional, pero dejemos ese tema para otro artículo.
Hoy estamos aquí para hablar del ridículo que estamos haciendo como país, entre nosotros mismos y ante el mundo. Cuando empezó el «¡A por ellos oe!» yo ya tenía muy claro el problema. El problema democrático en España no es que unos quieran votar para independizarse y otros se opongan. El problema es que una parte de la población española está de acuerdo con imponer sus ideas mediante la fuerza y la opresión. Hay muchísimos estados democráticos con movimientos secesionistas, pero en ninguno veréis el espectáculo vergonzoso que estamos viviendo en España.
Estas semanas se ha puesto en evidencia, todavía más, que los políticos españoles no saben dialogar, que son una herencia de los viejos caciques, del «Ordeno y Mando» en el que sus opiniones son ley. Y mucha gente lo aprueba. Este movimiento catalán podría haber sido un punto de inflexión para toda España. Podría haber sido el comienzo de la federalización del Estado Español, pero ha sido la continuidad de una Monarquía Parlamentaria rancia y desactualizada, en la que no se puede votar para decidir la situación territorial de unos pocos pero se puede cantar el Cara al Sol en la plaza de Cibeles mientras se ondean banderas fascistas sin ningún tipo de impunidad y con apoyo de algunas figuras políticas españolas.
La respuesta del gobierno nacional que estamos viviendo hoy, no sólo tendrá consecuencias en el independentismo catalán, si no que nos ha dividido como país y nos ha dejado en una situación democrática, política y social lamentables. Y lo peor, como ya he dicho, es que mucha gente está de acuerdo e incitan este tipo de respuestas.